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Alma mía, no quiero que estés triste...

Chris Jiménez

Hace 7 años atrás un 2 de septiembre yo empecé una depresión bien fuerte. Todo fue porque en ese verano fui a los Estados Unidos y visité el museo del Holocausto. El museo fue tan fuerte que me quedé con un trauma. El 2 de septiembre del 2013 empecé a ver y leer cosas de la Segunda Guerra Mundial que me ahogaron emocionalmente. Fue un ataque del enemigo de las almas. Fui a donde mi padre para que orara por mí y reprendiera toda cosa contraria a Dios. Esa noche dormí con mucho temor. Temía que lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial volviera a suceder. No podía comer y constantemente tenía miedo. Como crecí en una familia en donde decían que la depresión las tenía personas con demonios, me lo creí y lloraba y le pedía a Dios que me liberara de todo espíritu maligno. Rebajé muchísimo debido a la depresión. Les pedía constantemente a los líderes de mi iglesia que oraran por mí y que se enfocaran en la liberación. Yo oraba a Dios y le decía “Yo sé que, aunque no te sienta tú estás aquí a mi lado, porque tú eres fiel. Ahora mismo no entiendo el porqué de este sufrimiento, pero más adelante sabré el propósito de esto y te daré gracias. Eternamente te daré gracias por haberme hecho libre de esto, porque sé que me harás libre.” Mi oración era esa todos los días. La extensa depresión duró por más de un mes. Mis familiares estaban angustiados.

Un día vi en el salón de clases de una maestra una promoción para una campaña de la juventud en su iglesia. Yo estaba tan necesitada de Dios que automáticamente dije que iba a ir a la campaña. Recuerdo que mientras me vestía para ir a la campaña le dije a Dios “Señor, esto es hasta hoy. Todo este sentir se va en el nombre de Jesús. De hoy no pasa”. Mi padre me llevó con mi abuelo a la campaña y de camino a la iglesia mi abuelo me dijo “tú estás bien” y yo respondí con un “amén”. Durante todo el camino estuve diciéndole a Dios que me hiciera libre de aquello que estaba experimentando. Cuando entré a la iglesia, una de las jóvenes me entregó un pequeño pote con aceite para ungir. Recuerdo que me senté en el banco de la iglesia y no podía dejar de mirar el suelo porque no me sentía digna de estar en la casa de Dios. Estuve reprendiendo todo el tiempo de espera a que comenzara el culto. Una vez comenzó el culto me dije que iba a adorar a Dios con libertad, aunque no lo sintiera. Alcé mis manos, canté los cánticos y adoré a Dios como si era la única persona en aquella iglesia. En el devocional antes de la prédica, Dios me liberó. Sentí una paz que solo el Espíritu Santo de Dios puede dar. Empecé a llorar de agradecimiento a Dios y me disfruté el culto como si fuese el último de mi vida.

No sé por lo que estás atravesando. Lo que te puedo decir es que adores a Dios, aunque no entiendas el proceso que estás atravesando. Cuando adoras las cadenas se rompen, se caen los muros y somos libres.


Canta esta alabanza al Señor que es inspirada en el Salmo 103:

Alma mía, alaba a Jehová, porque Él te dio la vida y vino a ser morada en ti.

Coro: Alma mía, no quiero que estés triste si Cristo te hizo libre para que puedas alabarle. Alma mía, alaba a Jehová porque si tú le alabas yo estaré en paz.


¡Aleluya! Espero que Dios te cubra como bálsamo y te llene de paz. Que puedas tener fe en Dios de que él jamás te abandonará. Jehová está contigo como poderoso gigante. Jamás se dormirá el que te guarda. Él guardará tus pensamientos en Cristo Jesús. Confía en que Dios tiene un plan y que todo obra para bien a aquellos que aman al Señor. Declara la palabra de Dios sobre tu vida y adora al Rey de reyes y Señor de señores. No te canses de adorarle ni de confiar en el Señor.


Dios te bendiga.

“Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias” (Salmos 103: 1-4)

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