Estuve leyendo una reflexión que había escrito en el 2017 sobre las tormentas. Lo había escrito para la fecha del huracán Irma. En ese momento no me imaginé que el huracán María iba a ser tan desastroso. Los huracanes son tormentas que destruyen todo a su paso. Traen fuertes vientos y lluvias que dejan inundaciones y pérdidas. Sin embargo, después de la tormenta viene la calma y el tiempo para volver a empezar desde otra mirada. Esa mirada puede ser la mirada de la humildad, el agradecimiento, la empatía, entre otras cualidades positivas que el Señor pone en nosotros luego que hemos crecido por medio de una prueba. Cuando estamos en medio de la tormenta no entendemos el propósito de esta. Nos desanimamos, nos frustramos y podemos caer en depresión y ansiedad. Eso les ocurrió a los discípulos de Jesús cuando enfrentaron una tormenta con el maestro en la barca. Jesús dormía en la barca y ellos se molestaron. Jesucristo reprendió a los vientos y a la mar y todo se calmó (Mateo 8:23-27). Cristo jamás nos abandonará. Él está en nuestra barca en medio de la tormenta. Aunque lo veamos como dormido, la barca no se hundirá porque Dios todopoderoso está en ella y con Dios en nuestra barca iremos a puerto seguro.
En las temporadas de tormentas ya sean físicas, espirituales o emocionales, vivamos de rodillas delante del Señor y oremos por nosotros y por nuestro prógimo que está pasando momentos difíciles también. Si sabes que alguien está en medio de una tormenta muéstrale tu apoyo a través de mensajes, una llamada, un café y sobre todo con cápsulas de fe ya sea por medio de la Palabra de Dios o con una oración.
Recuerda: En tiempos de tormenta, busca la calma en Cristo para que puedas ayudar a los que están pasando un huracán en sus vidas.
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