Testimonio de mi preparación como docente Parte 3
- Chris Jiménez
- 4 jul 2020
- 4 Min. de lectura

¿Te acuerdas del suceso que le pasó a mi compañero Jacob explicado en la primera parte del testimonio? Si no te acuerdas, el suceso fue que la maestra no dejó a Jacob dar la clase que él había preparado. Eso que le hizo a Jacob, me lo hizo a mí en el semestre de práctica docente. No me dejó dar las clases por completo. Me decía que no buscaba información y que no me preparaba para las clases, cuando yo me acostaba tarde buscando información y preparándome para mis clases. Corregía por encima de mis correcciones los trabajos de los estudiantes. Fue tanta la ansiedad y la depresión que tuve que recurrir a medicamentos para que aumentaran los neurotransmisores de la felicidad. En una ocasión el supervisor le hizo saber que estaba exigiéndome demasiado y ella dijo que lo sabía.
Durante la cuarentena mundial por el coronavirus, la mayoría de los practicantes de la docencia recurrieron a las tecnologías emergentes y a las aplicaciones y programas del internet para poder comunicarse con el estudiantado y continuar con sus clases. Al principio de la cuarentena busqué cómo ofrecer presentaciones electrónicas en línea para que los estudiantes me vieran darles clases. La maestra me dijo que no era necesario porque no íbamos a dar clases por videollamadas. Ella me ordenó a realizar tareas que no se iban a utilizar, pues nunca di clases en línea aun en las videollamadas que ella hizo, pues ella las dirigió todas. Esto me hizo pensar que ella dudaba de mí. Ella no permitió que me comunicara con los estudiantes. Durante la cuarentena falleció uno de mis seres queridos que creía en mi potencial como docente y oraba por mí. En el proceso de la práctica quise quitarme del curso de práctica y dejarlo todo. Dudé mucho de mí y caí en una depresión severa. No podía comer, pues todo me daba náuseas, y constantemente tenía que estar trabajando en las tareas que ella me ordenaba por más de doce horas corridas.
En una llamada que le hice a la maestra para contarle mi situación de depresión y que me ayudara con la información de las tareas, ella se desahogó conmigo. La llamada fue de más de una hora y la mayor parte del tiempo lo que hizo fue criticarme destructivamente. Me dijo que yo no sabía corregir, que no sabía dar clases, que no tengo criterio propio y que lo único que hacía bien era hacer los planes de las clases y como quiera ella me los tenía que corregir. También me dijo que no estaba preparada para dar clases, que me iba a dar una buena calificación al final del semestre pero que no me lo merecía porque no servía para dar clases en la escuela.
Sus palabras me afectaron mucho. Todavía hoy día, ya culminado el semestre, tengo pesadillas con la práctica docente. Sin embargo, estoy agradecida con Dios por la práctica porque me hizo saber que los muchos títulos embrutecen a algunas personas en áreas esenciales para las relaciones humanas y para la vida misma. También estoy agradecida con Dios porque ese desierto me hizo acercarme más a él. Los personajes bíblicos que pasaban por los desiertos jamás salían igual que como entraron. Yo no soy la misma persona hoy que cuando comenzó el semestre. La práctica también me enseñó lo mucho que había sacrificado a Dios y a las personas que amo por estar estudiando y tomando muchos cursos. Quienes estaban en mis momentos más difíciles de la práctica fueron Dios y esas personas significativas en mi vida.
Del proceso de práctica aprendí a:
no pasar por alto las alertas que Dios me da en la vida.
depender de Dios en todo momento.
valorar a mis seres queridos y dejarles saber lo importantes que son para mí.
ser agradecido con las personas que te han ayudado pues uno no sabe cuándo no los podremos volver a ver.
orar por los que me hacen daño (sí, oré muchísimo por la maestra y lo sigo haciendo para que Dios la transforme).
considerar a las demás personas porque uno no sabe lo que están pasando.
tratar con respeto a los demás, aunque uno sea vituperado y tratado mal (ser un reflejo de Cristo en el lugar en que uno esté).
Prácticamente aprendí de la salud emocional, de las relaciones interpersonales y aprendí a vivir en agradecimiento y en plenitud en Dios.
Una nota para ti: Dios es Santo y cuida de sus hijos. Él está las 24 horas del día y los 7 días de la semana con los suyos. Tú eres parte del pueblo de Dios. Él jamás te dejará abandonado. Dios es grande y fiel. Si Dios me sacó de ese desierto en el cual estaba por meses, Dios puede sacarte del desierto que estás atravesando. ¿Sabes por qué? Un padre jamás le gusta ver a un hijo suyo llorar. Si así son los padres terrenales, cuánto más nuestro padre celestial Dios todopoderoso. Resiste en oración y agradece a Dios el desierto, aunque no entiendas por qué estás viviendo lo que estás pasando, porque el desierto es un aprendizaje. Créeme, jamás serás igual. Dios nos moldea en el desierto.
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11 NVI).




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